domingo, 24 de octubre de 2010

después de la cueva

Parte I (Los Apauas)
En la tribu de los Apauas, una población situada lejos de este espacio y tiempo, donde la vegetación ha sido respetada en su ciclo natural y aún crece salvaje, como las bestias que alimentan a estos desconocidos humanos, como el agua de los ríos, como el fuego del volcán Muico, hay que acatar las inquebrantables reglas del bosque:
1. No penetrarás en su interior desde la puesta de sol hasta el amanecer.
2. No cortarás las ramas de los árboles, salvo por expresa autorización del dios Raia
3. Y la más importante, está terminantemente prohibido pisar las manchas circulares negras sobre el suelo ocre.
Las consecuencias de la desobediencia, sólo unos pocos desafortunados la saben y muy pocos pudieron regresar para contarlo.
En la tribu de los Apauas, nadie habla entre sí, y no es que no tengan una lengua propia o que las cuerdas vocales se le hayan atrofiado. Se comunican a través de pensamientos, sin abrir la boca, canalizados por iones de luz solar. De noche, sólo el tacto, el olfato y la vista logran hacer de emisor del lenguaje.

Parte II (el bosque y el río)
Maia, la aguadora, cada día va a conversar con el río. El río le habla, le muestra mundos recónditos donde otras formas de vida se desarrollan a la par que los Apauas. El río seduce, susurra… despierta la inquietud de la joven.
Maia atraviesa el bosque para llegar al río y de nuevo para regresar a la aldea. Debe hacerlo antes del crepúsculo o dormir a la orilla del agua.
Se hace tarde y ella aún permanece escuchando la música inquietante, el nuevo mandato que atraviesa el cauce. Hay algo en lo prohibido que la atrae como nunca: la oscuridad, el bosque, los agujeros oscuros, las ramas de los árboles.
Maia se levanta, ya es de noche y se arriesga a penetrar en el bosque. Si algo sucede, no estarán los iones de luz para desvelar su temor.
El sonido de las bestias que despiertan en la oscuridad la petrifican. Algo sucederá irreversiblemente, pero ese es el riesgo. Arranca una rama sin pedir permiso y espera la furia de Raia sobre ella. Se escucha un grito: ahhhhhhhhhhhhh!! La voz del dios: “¿Cómo te has atrevido a arrancarme los brazos sin mi consentimiento, ahora en primavera? ¡Pagarás por el desacato! Lo pagará el agua que te incitó a incumplir todas las reglas”.
Las ramas aún vivientes, se aferran a ella, la envuelven y la oprimen impidiéndole continuar. La chica está asustada, se asfixia… pero debe seguir, debe descubrir lo que le mostró el río. Lucha por zafarse de su opresor, articula las muñecas para tirar de las ramas mientras grita: “¡Ya no eres mi dios! ¡no tienes poder!”.
Inmediatamente, las ramas comienzan a desplegarse volviendo a su estado natural. Maia está libre.
Camina. Apenas hay luz, no puede distinguir entre lo que es un agujero oscuro y los claros del bosque. Sigue caminando, angustiada…. Ahhhhhhhhhh!! El grito de Maia: pisó y cayó.
Parte III (la cueva)
Despierta de un profundo sueño. Abre los ojos. Explora el entorno. Maia se encuentra en una oquedad semi oscura, una cueva sin aparente salida. Escucha sonidos que no entiende, palabras venidas de otro mundo, de nuestro mundo. Voces caóticas se entremezclan: risas, conversaciones de teléfono, anuncio de trenes, llantos de amor, concursos televisivos…
Está agotada, busca desesperada una grieta entre las paredes elásticas, se tapa los oídos y pide silencio, ¡que callen las voces!.
Pasan horas, días, semanas… descubre en los muros una fuente de nutrientes. Sus oídos comienzan a acostumbrarse y a discriminar las voces. Aprende un nuevo lenguaje.
No para de pensar qué está sucediendo. Sólo puede conversar con ella misma. Los pensamientos, ahora sin luz, se han materializado en hojas de papel que salen de las sienes. La cueva comienza a asfixiarle, le ahogan los montones de papeles. Tiene que comerlos, tiene que comerlos todos, antes de quedarse sin oxígeno. Hay papeles que le hacen reír, otros son angustiosos, la mayoría le provocan el llanto y tras comerse un pensamiento, uno nuevo nace, imparable…
Ya no puede más, necesita comunicarse con alguien aparte de sí misma, descubrir cómo llegó a ese lugar, si podrá salir algún día. Necesita saber de dónde provienen los sonidos: ¿qué es una ciudad? ¿qué significa una despedida? ¿a dónde conducen los trenes? Se hace preguntas y a cada pregunta un nuevo papel que ha de comerse.
De entre todas las voces, una comienza a destacar, cada vez más presente. Una mujer, se llama Sofía, de ella está aprendiendo cómo funciona la gente del desconocido mundo.
Maia la busca, aprieta la oreja contra la pared, golpea los muros llamándola. Sofía no sabe de la existencia de Maia. Acaba de quedarse sin empleo, va a tener un hijo, su compañero la ha dejado y ella quiere cambiar de ciudad, buscar trabajo, vender la casa.
Maia escucha las conversaciones de Sofía, los pensamientos… sabe más de ella que la mayoría de sus amigos y siente la necesidad de apoyarla, pero no puede hacerlo desde la cueva.
Después de un tiempo, cuando Maia parece resignada, se hace silencio. Comienza a chorrear agua de entre las grietas, suena una música jamás oída, deliciosa, mientras la cueva se inunda cubriendo el cuerpo de la joven. No siente miedo, acepta el regalo del agua, se queda dormida, no le falta la respiración.

Parte IV (la ciudad)
Empapada, cubierta con un ligero paño, Maia despierta en la ciudad, detrás de los contenedores. Es de día, abre los ojos y la luz le molesta. Intenta incorporarse y de rodillas, como si acabara de nacer, rompe en llanto. Un murmullo de gente se acerca, la calle es tranquila pero hay curiosos que quieren saber qué hace una mujer mojada sobre la acera en pleno verano.
Maia tiene hambre, se levanta, ya no escucha la voz de Sofía. Come unas manzanas semi podridas de la basura. La gente la compadece, pero nadie ofrece nada. Intenta hablar, al principio torpemente, pregunta por Sofía. Nadie conoce a ninguna mujer con ese nombre. Intenta caminar, como si fueran sus primeros pasos, desorientada, grita el nombre de Sofía, pensando que ella puede enseñarle muchas cosas.
Se siente confusa, una nueva geografía urbana se levanta frente a ella. La ciudad se le presenta inhóspita y tiene que descubrir por qué y cómo ha llegado.
Se hace de noche, se tumba en un portal, necesita un descanso. Alguien le echa monedas pensando que es una indigente. Una mujer sale del portal a tirar la basura, la mira, vuelve de los contenedores y la observa de nuevo. “¿No te llamarás Sofía?”, pregunta Maia.
La mujer entra al vestíbulo sin mediar palabra, le asusta que le hable una desconocida. Vuelve. Observa de nuevo a la chica. “¿Cómo sabes mi nombre?”
Maia no contesta, baja la cabeza y sofía se marcha.
Al día siguiente, Maia sigue en el portal, Sofía tiene que salir a fichar en la oficina del paro: ¿Aún sigues aquí? Te traje comida y agua por si no te habías ido.
Maia tiende las manos, agradecida. Sofía siente la necesidad de acogerla como a una hija, pero aún no se atreve.
“Tienes que enseñarme a vivir”, suplica Maia.
Sofía se marcha, piensa durante el trayecto en lo sucedido, se olvida de los antiguos problemas para prestar atención a uno nuevo: la desconocida del portal.
Regresa, maia sigue en el mismo lugar, con un montón de pequeñas monedas bajo sus pies y algún insulto. Piensa que va a arrepentirse, pero Sofía la invita a subir, le ofrece comida, cama y ropa limpia. Siente que tiene que hacerlo.
“Sofía, sólo sé que tenía que acudir a ti”.
Sofía piensa que la chica ha perdido la memoria, que en alguna parte habría oído su nombre, pero decide no hacer más preguntas. Se va a dormir. Tiene un sueño, el río le habla: “tú serás la mentora de la aguadora. Maia tiene hambre de conocimiento, porque ella, como tú ha nacido de una cueva y en la cueva escuchó tu voz y te buscó al salir”
Maia duerme y escucha la voz del río: “descansa, no tengas miedo, Sofía te enseñará. Hay otros jóvenes del bosque que hoy están naciendo y que viven las ciudades y que buscan a otras Sofías, podrás reconocerlos, viven aquí, en distintos edificios y seguiréis hasta la hora del regreso para contar a los Apauas que otros mundos existen”.

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LA PANDERETA DIJO (Primera edición)


¿Quién no ha renegado de sus musas o sus musos? (que de todo hay) por bailar la misma música que cotidianamente tocamos? La pandereta dijo es un desafío q todos los instrumentos, entre los que sobresale el ritmo familiar y desacompasado de una historia de amor no solicitada. El libro que tienes en tus manos esconde una realidad donde encuentro y deseo se van transformando en un juego de acróbatas en el que no se sabe cuándo y quién caerá primero.