¿Por qué medir esta sana complacencia con la vara ajena:
ese tiempo que no es nuestro?
yo no inventé los relojes ni el termómetro febril que desvela estados,
nunca amanecí a gusto de las horas, no quise morir la noche ni vivirla más de lo soñado.
Después de amamantar estatuas, una aprende a distinguir entre la piedra eterna
y el perenne árbol.
No quiero ponerme trascendental, pero te veo dormida y salgo a la terraza para intuirte
dentro de ese tiempo que sí es nuestro, tomo distancia, me separo, escupo malas hierbas,
dejo de rumiar cuando regreso y vuelco sobre ti toda mi agua.
Brutal, Juana.
ResponderEliminarUn beso.