miércoles, 30 de mayo de 2012

escuelas de poesía en la cultura celta






Soy hija de la Poesía;
la poesía es hija de la Reflexión;
la reflexión es hija de la Meditación;
la meditación es hija de la Ciencia;
la investigación es hija del Gran Conocimiento;
el Gran Conocimiento es hijo de la Inteligencia;
la Inteligencia es hija de la Comprensión;
la Comprensión es hija de la Sabiduría;
la sabiduría es hija de los tres dioses de Dana.
(de el Coloquio de los dos sabios, fili Nede)

Entre los libros de la biblioteca común de mi casa, encuentro uno que se me había pasado por alto hasta esta mañana (un título que hasta ahora no había logrado despertar mi atención): La tradición Celta, de Caitlín Matthews. Decido hojearlo durante el desayuno en lugar de ver las noticias, y me detengo en unos párrafos donde se explica la intensa formación a la que eran sometidos los primeros poetas o fili celtas. Descubro, igual para quienes me leen no es nuevo, que según la autora, podían acceder a dicha formación tanto hombres como mujeres de cualquier estrato social, siempre que contaran con las cualidades exigidas: buena memoria y soltura con el idioma.
Durante doce años, los aspirantes a poetas tenían que estudiar en las escuelas pasando por diferentes grados: desde el aprendiz, que estudiaba gramática elemental y debía aprenderse veinte relatos; hasta el ollamh, o doctor, que “pefeccionaba más formas poéticas y la composición, aprendía 100 poemas del género anamuim, además de 120 discursos, las cuatro artes de la poesía, y llegaba a dominar 350 relatos”.
Para colmo, según cuentan algunas escuelas bárdicas posteriores, gran parte de los estudios debían realizarlos en oscuridad total para evitar distracciones visuales. Se decía que:

...cierran las puertas y las ventanas durante todo un día, y yacen tendidos de espaldas con piedras en el vientre y vendas en la cabeza, y con los ojos así cubiertos se devanan los sesos componiendo encomios o panegíricos retóricos; y es verdad que en esta prisión producen un estilo que muy pocos comprenden.

Por otro lado, la profesión de poeta, como en tantas otras culturas, estaba ligada a la magia, mantenían contactos con el Otro Mundo, y portaban una rama musical, proveniente de un árbol de este “Otro Mundo”, símbolo de la fertilidad y la renovación poética que pasaba de maestro a discípulo. La palabra tenía poder de invocar, de transmitir y de conectar con los “reinos interiores”. Así, libres de componer lo que se les antojara, se les consideraba capaces de provocar cambios en la naturaleza, por lo que “sus palabras se escuchaban con atención y se temían sus sátiras”.

De sobra es conocida la antigua tradición oral de la poesía, y cómo ha ido evolucionando en fondo y forma hasta nuestros días, llegando a despojarse, según la poética de la que estemos hablando, casi por completo del sentido místico inicial. Pero no cabe duda, al fin y al cabo, de que la poesía es revelación; y aunque hoy en día, algunos y algunas hayan cambiado esa oscuridad total por las luces de neón de la ciudad, y los hábitos de vida de nuestros vates suelan ser menos frugales que los de los antepasados celtas, la poesía, en esencia, sigue teniendo esa misma función transmisora y transformadora de conciencias. Sobre cómo hacerlo es la cuestión que deberá responderse el o la poeta en solitario. Yo, de momento, continuaré con la lectura.


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LA PANDERETA DIJO (Primera edición)


¿Quién no ha renegado de sus musas o sus musos? (que de todo hay) por bailar la misma música que cotidianamente tocamos? La pandereta dijo es un desafío q todos los instrumentos, entre los que sobresale el ritmo familiar y desacompasado de una historia de amor no solicitada. El libro que tienes en tus manos esconde una realidad donde encuentro y deseo se van transformando en un juego de acróbatas en el que no se sabe cuándo y quién caerá primero.