Me sabe a poco el salto que separa
la silla hacia la cama. Cuando extiendo
la mano vacilante y la reprendo
por ir hacia la puerta que encerrara
la vida en unos gestos cara a cara,
reclamo al insondable ser no siendo.
Mas no quiero ganarme ni queriendo
la holgura de una casa sin la rara
presencia del bullicio en la cocina,
el roce de los libros en la mesa,
el paso de mi ángulo a tu esquina
o el ruido afilándole la mina
al lápiz que después dibuja y besa
cuadernos donde nadie desafina.
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