Soy hija de la Poesía;
la poesía es hija de la Reflexión;
la reflexión es hija de la
Meditación;
la meditación es hija de la
Ciencia;
la investigación es hija del Gran
Conocimiento;
el Gran Conocimiento es hijo de la
Inteligencia;
la Inteligencia es hija de la
Comprensión;
la Comprensión es hija de la
Sabiduría;
la sabiduría es hija de los tres
dioses de Dana.
(de el Coloquio de los dos sabios,
fili Nede)
Entre los libros de la
biblioteca común de mi casa, encuentro uno que se me había pasado
por alto hasta esta mañana (un título que hasta ahora no había
logrado despertar mi atención): La tradición Celta, de
Caitlín Matthews. Decido hojearlo durante el desayuno en lugar de
ver las noticias, y me detengo en unos párrafos donde se explica la
intensa formación a la que eran sometidos los primeros poetas o
fili celtas. Descubro, igual
para quienes me leen no es nuevo, que según la autora, podían
acceder a dicha formación tanto hombres como mujeres de cualquier
estrato social, siempre que contaran con las cualidades exigidas:
buena memoria y soltura con el idioma.
Durante
doce años, los aspirantes a poetas tenían que estudiar en las
escuelas pasando por diferentes grados: desde el aprendiz, que
estudiaba gramática elemental y debía aprenderse veinte relatos;
hasta el ollamh, o
doctor, que “pefeccionaba más formas poéticas y la composición,
aprendía 100 poemas del género anamuim, además
de 120 discursos, las cuatro artes de la poesía, y llegaba a dominar
350 relatos”.
Para
colmo, según cuentan algunas escuelas bárdicas posteriores, gran
parte de los estudios debían realizarlos en oscuridad total para
evitar distracciones visuales. Se decía que:
...cierran
las puertas y las ventanas durante todo un día, y yacen tendidos de
espaldas con piedras en el vientre y vendas en la cabeza, y con los
ojos así cubiertos se devanan los sesos componiendo encomios o
panegíricos retóricos; y es verdad que en esta prisión producen un
estilo que muy pocos comprenden.
Por
otro lado, la profesión de poeta, como en tantas otras culturas,
estaba ligada a la magia, mantenían contactos con el Otro Mundo, y
portaban una rama musical, proveniente de un árbol de este “Otro
Mundo”, símbolo de la fertilidad y la renovación poética que
pasaba de maestro a discípulo. La palabra tenía poder de invocar,
de transmitir y de conectar con los “reinos interiores”. Así,
libres de componer lo que se les antojara, se les consideraba capaces
de provocar cambios en la naturaleza, por lo que “sus palabras se
escuchaban con atención y se temían sus sátiras”.
De
sobra es conocida la antigua tradición oral de la poesía, y cómo
ha ido evolucionando en fondo y forma hasta nuestros días, llegando
a despojarse, según la poética de la que estemos hablando, casi por
completo del sentido místico inicial. Pero no cabe duda, al fin y al
cabo, de que la poesía es revelación; y aunque hoy en día, algunos
y algunas hayan cambiado esa oscuridad total por las luces de neón
de la ciudad, y los hábitos de vida de nuestros vates suelan ser
menos frugales que los de los antepasados celtas, la poesía, en
esencia, sigue teniendo esa misma función transmisora y
transformadora de conciencias. Sobre cómo hacerlo es la cuestión
que deberá responderse el o la poeta en solitario. Yo, de momento,
continuaré con la lectura.