Mientras gime el transatlántico un
vuelo púrpura,
presuntamente libre, sueños,
por los pasillos aguas residuales,
hay un hombre que aún piensa
que la casa es su mujer, que su mujer
la casa. Suya.
No conoce el código de las
turbulencias, tras la tormenta,
estudia los bestiarios para ponerle
nombre al vacilante movimiento.
Tiene que ser un monstruo semejante a
la neurosis -piensa-, histeria,
culpa. Tuya.
Una mujer confusa acude al recetario
para ajustarse las vísceras sobre la
tabula rasa de un psiquiatra.
Tocada
y hundida, consume pastillas como panes rellenos de nauseabundos
mitos.
Duerme,
a su lado,
un
vuelo transatlántico la embiste.