Imagen: El silencio, de Marila Tarabay
Dejé de escribir-contar-hablar cuando
me supe mentirosa.
Lamía el sudor de unos ecos robados,
vidas,
emociones expuestas a la luz de los
rateros.
Apropiación indebida no muy lejos del
fraude.
Tal era la revelación
que admiré la honradez de los botes de
champú
o los créditos minúsculos del
telonero.
Silencio a veces, quizá cobarde
la frialdad erguida de los postes de
teléfono
que nunca llaman pero sostienen voces.
No bastaba un gemido de metal ni
desangrarse
-a veces-
A veces elegir tomar distancia, cerrar
los ojos,
buscar otras maneras de anochecerse.
También había que desnudarse
y hacerlo bien:
Si no,
silencio.