Añoramos el bosque,
escribimos sobre lo salvaje como si
fuera más cierto que una ciudad cualquiera.
Pero mira:
aquella uralita en las afueras simula
los árboles, permite pasar la lluvia, permeable,
igual que las hojas de los algarrobos.
Los niños cemento y chapa se
dejan las uñas para robar a los topos las madrigueras, y en esa casa
habita el hambre, salientes ojos, rugir de tripas de madrugada,
igual que un bosque cuando le roban
lobos.