Cuando
era niña resultaba difícil ocultar mi total indiferencia a todo lo
que me rodeaba. Indiferencia que solía interpretarse por los mayores
como timidez, incapacidad mental o vete a saber qué. Simplemente
había una barrera que no quería atravesar, más me aportaba el
observar la erosión de las rocas que cualquier estúpida explicación
adulta con irritante tono infantilizado. Pero mientras los demás
crecían -y otros menguaban-, iban definiéndose posiciones frente al
mundo. La mía, tan débil, distaba mucho de parecerse a ningún
esquema presentado, y loca, como una peonza, giraba intentando
encontrar respuestas. Nada. Aprendí quizás, que necesitaba de los
otros, tarde o temprano terminé por buscar la aceptación, y como
una contorsionista me doblegué para amoldarme a lo que se suponía
debía ser. Me dolieron los huesos. Tantas eran las posiciones que
debía tomar que hasta rasgué algún músculo. No, no podía
pretender sentirme aceptada por todos ni que todos me gustaran.
Después fui afianzando mi propio criterio, durante años me sentí
capaz e inventé un universo a mi imagen con personas afines, mi
tribu. Pero nada era propio, y sin ser consciente, había mucho de
mentira en ello. Volví a ser peonza, y sin moverme del sitio, cavé
la tierra, atravesé sus capas hasta que hallé la raíz. Tuve que
regresar al origen para encontrarme.
Y
no era tan importante.
Espero seguir siendo de tu tribu ;P
ResponderEliminarte quiero mucho.
Ya no somos de ninguna tribu, amiga. Intentamos ejercer la libertad individual, pero sigues siendo de las personas a las que quiero seguiryeniendo cerca.
ResponderEliminarAhora tienes unos huesos fuertes para ir donde quieras.
ResponderEliminar